Si consideramos la Inteligencia como la capacidad de solucionar problemas o dificultades de forma práctica, en oposición a una forma teórica, el concepto de «Inteligencia emocional» adquiere un sentido aún más preciso que el de la inteligencia global clásica. Este concepto nos asegura una mejor resolución de las dificultades cotidianas y ayuda a utilizar todo nuestro potencial intelectual latente.
Es ampliamente conocido que, cuando no atendemos a nuestra vida emocional, los conflictos internos que esto genera interfieren directamente en nuestro rendimiento intelectual. Experimentamos olvides, bloqueos y momentos de «mente en blanco» en temas que dominamos perfectamente cuando estamos serenos emocionalmente. Cuando nuestra inteligencia emocional está limitada, nuestra inteligencia global no se manifiesta plenamente.
Cabe recordar que el cerebro emocional es filogenéticamente más antiguo que el cerebro cortical, responsable de las funciones más avanzadas. Aunque algunas de sus funciones ya no son necesarias para la supervivencia, otras son indispensables para tomar decisiones seguras y permitir el desarrollo de capacidades intelectuales superiores.
A diferencia de la inteligencia clásica, que a menudo se asocia a un concepto innato, la inteligencia emocional puede expandirse a lo largo de la vida, sobre todo a través de recursos vinculados a la conciencia. Estos recursos tienden a aumentar con la edad y los rasgos de madurez personal. Ésta es una perspectiva optimista para aquellos que descubren que su vertiente emocional está poco desarrollada, descuidada o limitada por prejuicios y prohibiciones. Esto sucede en muchas personas que se encuentran con sus limitaciones frente a los acontecimientos de la vida diaria y las situaciones excepcionales.
Muchas personas optan por esconder estas deficiencias detrás de una máscara y seguir adelante. Otros aprovechan estas situaciones, que podrían llamarse crisis, para observar, aprender nuevos recursos y sacar lecciones de la experiencia, haciendo un crecimiento emocional.
Esto nos lleva a un primer dato importante sobre este tipo de inteligencia: el primer paso para expandirlo es reconocer su grado y sus limitaciones mediante una autoevaluación sincera. Si no sabemos dónde nos encontramos, sin engañarnos a nosotros mismos, no podremos mejorar en ninguna dirección.
Al igual que la inteligencia clásica, la inteligencia emocional es un conjunto diverso de recursos y habilidades. Así como hay personas más dotadas en habilidades espaciales, verbales o matemáticas, también tenemos distintos dominios en habilidades como la autogestión, la empatía, la expresión emocional o la generosidad. Es tan importante reconocer nuestras limitaciones como conocer nuestras virtudes a nivel emocional.
Así como la inteligencia global es una media de las diversas inteligencias específicas, es posible que una persona tenga una habilidad excepcional en un ámbito determinado y, al mismo tiempo, importantes carencias en otras áreas emocionales. Por tanto, siempre habrá algún aspecto en el que destacamos ya partir del cual podemos trabajar para ampliar nuestros recursos emocionales. Identificar nuestros puntos fuertes es el segundo paso.
El tercer paso consiste en establecer de manera realista a donde queremos llegar. En muchas ocasiones, no podemos elegir este punto, sino que las circunstancias de la vida nos indican dónde debemos llegar. Es necesario mantener la serenidad cuando las conductas agresivas nos alejan de las personas que amamos, conectar emocionalmente con nosotros mismos en los momentos de despido de una persona querida que está muriendo, o prepararnos para ser padres.
En distintas etapas de la vida, necesitaremos trabajar distintas habilidades emocionales. Una vez sabemos a dónde queremos llegar, hay que saber de quién y cómo aprender. Una opción es iniciar una terapia con un terapeuta experto en cuestiones emocionales, que pueda transmitirnos técnicas para crecer en este ámbito. Otra opción compatible es crecer a través de las experiencias cotidianas, reconociendo en las personas cercanas a aquellas que poseen los recursos y habilidades que queremos incorporar a nuestro repertorio, aprendiendo de ellas y emulándolas según su ejemplo.
Cursos intensivos y puntuales pueden ser un buen inicio para este apasionante trabajo de desarrollo emocional, combinando orientación terapéutica y aprendizaje de técnicas con la exploración personal y del entorno, para continuar el aprendizaje desde el momento en que finaliza el curso .
Hay que recordar que nunca es demasiado tarde para aprender, sobre todo si tenemos en cuenta que nunca es demasiado tarde para gozar de los maravillosos beneficios de una vida más armoniosa con nosotros mismos, con menos angustia, más creatividad y, en definitiva, más felicidad. Cuando reconectamos con nuestras emociones, con su fluir y su fuerza y espontaneidad magníficas, el placer y la felicidad que resultan valen los esfuerzos y obstáculos que podemos encontrar en este camino hacia el objetivo.